Stalin de maestro en un colegio
Ensayos breves

El corporativismo cultural

Los políticos de izquierda o centro izquierda suelen referirse de manera reconvenida a «las corporaciones» cuando azuzan al electorado más leal a movilizarse, y las corporaciones mediáticas, críticas de los partidos y movimientos de izquierda y centro izquierda, con la misma admonición o una similar —corporaciones mediáticas generalmente establecidas en la capital o en grandes centros urbanos, representativas de la política que se opone a la izquierda o centro izquierda, representativas del centro o de la centro derecha—, suelen hacer diatriba o denuncia del “corporativismo” para referirse precisamente a la política de izquierda o centro izquierda que las descalifica. Pero, ¿hablan de lo mismo? Y, ¿la dicotomía es real?

Una “corporación”, por defecto, es una asociación o grupo de personas, asociadas o agrupadas con un fin particular, como, por ejemplo, la oferta de bienes o servicios. De hecho, suele significar “empresa”, aunque reserva su significación a las grandes empresas, dueñas o ligadas a otras menores, con gran influencia en todos los órdenes de la vida social y económica de un país o una región. El individuo es la primera minoría, sí. Pero en el desierto, está limitado a sus recursos y a los recursos que su ingenio le permita producir a su favor o en su beneficio. Por ello, tiene la imperiosa necesidad de asociarse o agruparse, para limitar sus esfuerzos a una función específica, delegando las funciones de la producción en los socios o colegas de una corporación. Pero para ser funcional a la corporación debe hacer concesiones, en el orden y la medida que ambas partes, él mismo y la corporación, se lo exijan. El individuo, al asociarse, presta libertades para consignar otras, entrega un recurso o varios, como su tiempo y trabajo, a cambio de otros. Esta negociación de intercambio de voluntades entre el individuo y una corporación, según las circunstancias y la interpretación, puede ser una oportunidad, pero también un abuso.

El corporativismo moderno, en términos generales, tiene ascendencia histórica en la Italia de los años 20. En 1922, el periodista Benito Mussolini, líder del Partido Nacional Fascista, organizó la Marcha Sobre Roma para hacerse, de forma completa, con el poder político de Italia. El fascismo, palabra tan de moda por estos días, era un nacionalismo, pero incorporaba elementos del socialismo. Benito Mussolini, de hecho, además de ser periodista, era socialista. El corporativismo absorbía los sindicatos bajo un centro estatal para condicionar las iniciativas de huelga. Y se presentaba narrativamente como una alternativa entre el comunismo y el capitalismo. Así, el fascismo se resumía en tres ejes, la obra pública, la propaganda y la “tercera vía”. Pero también era un nacionalismo expansionista y militar, un nacionalismo ortodoxo, como demostraron las sucesivas anexiones de Rijeka, Etiopía, Eritrea, Albania y Somalia.

El corporativismo de los años 30 y 40 tuvo expresiones diversas en otras partes del mundo, pero siempre conservó los 3 ejes de su origen, la obra pública, la propaganda y la “tercera vía”. El corporativismo alemán, el nacionalsocialismo, incorporó a la doctrina fascista una extremista teoría racial. El nacionalismo argentino estaba unificado en el golpe de Estado de 1943 a Ramón Castillo e incluía una facción corporativista que luego asumiría la Secretaría de Trabajo. El candidato oficialista de las elecciones de 1943, que no se realizaron, un magnate azucarero, Robustiano Patrón Costas, sin ser liberal, simpatizaba con los Aliados. Y el nacionalismo argentino unificado y golpista creía que el Eje finalmente ganaría la Guerra.

El Estado, como servidor, cumple servicios a la ciudadanía. Pero al avanzar en la porción del gasto de una nación, provincia, municipio o capital, comienza a influir en el convencimiento social de su misma participación, en un claro conflicto de intereses. El corporativismo es accionista de su misma empresa, pero financia su participación con recursos de personas, pobres, ricos y marginales, que no obtienen beneficios proporcionales del corporativismo en el que invierten. Personas que viven del Estado u obtienen privilegios económicos justifican o alientan el gasto público. La educación pública deja de tener un rol alfabetizador y pasa a ofrecer servicios de educación superior. La economía estatal o su regulación deja de crear facilidades de comercialización para intervenir la economía a favor de la política de los estatales y sus burócratas. Y la seguridad pierde la centralidad de la ciudadanía para ocuparse del blindaje de los mismos estatales y sus burócratas. Al final, en la dinámica estatista, se funda un régimen corporativista, una oligarquía estatista, un Estado para el Estado mismo, con ciudadanos (pagadores) que no tienen ingresos públicos, ciudadanos de segunda categoría.

La cara visible del corporativismo es el corporativismo cultural, el vocero de las consignas ideológicas del corporativismo. Es relativamente fácil de identificar. Este propagandista corporativo obtiene sus recursos o facilidades comerciales enteramente del Estado o de sus regulaciones. Como un mercenario, vive del favor político y milita a favor del Estado, no exclusivamente federal. Algunos sectores corporativistas, no excluyentes, son las organizaciones sociales que dependen del Estado, los sindicatos centralizados bajo la política corporativista, los medios masivos de comunicación que se financian con recursos públicos como la pauta oficial de los gobiernos, de las provincias, de los municipios y de la capital autónoma, y el academicismo público.

El academicismo público, que existe con la sola justificación de darles oportunidades de formación profesional a los pobres —que a finales del 2023 rondaban entre el 42% (INDEC, 2024) y el 45% (UCA, 2024), esta fuente con una proyección del 57% para enero del 2024—, es una pata fundamental del corporativismo cultural. En la dinámica formativa de las instituciones educativas públicas se opera —en Argentina desde hace más de 100 años, desde 1918—, de forma dogmática para adoctrinar a los estudiantes en el corporativismo, adoctrinamiento que viene de los niveles previos de la educación pública. Una serie de estímulos negativos y positivos, y una sucesión de sutiles hechos de corrupción académica, tapados por el mismo academicismo público, refuerzan la operación verticalista de las academias públicas para disuadir, amedrentar, angustiar o expulsar a los sujetos que el cuerpo docente y los estudiantes adoctrinados identifican de forma tácita como enemigos del corporativismo que los sostiene. Estos académicos, adoctrinados en el corporativismo cultural o propaganda, cuando trabajan en el sector privado de la cultura, psicológicamente se deben al corporativismo. Y operan en función de dicho adoctrinamiento, aun cuando “emplean” técnicas académicas.

Soy un escritor con formación autodidacta en humanidades, autor de libros de ensayo, poesía y ficción.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *